domingo, 29 de mayo de 2011

CARTA A LOS ESTUDIANTES DE LA UNCP

-a propósito de la lucha de los comensales-

Al ver estas imágenes siento que la cólera me adormece el alma, también la impotencia. Nada nuevo hemos descubierto los estudiantes, tan solo la esperanza de que esta lucha no será olvidada. ¿A qué monstruoso ser se le ocurre enviar más de 1000 policías a envestir, a ultrajar una institución que albergaba tan solo ideas de mujeres, hombres… Estudiantes? ¿a qué criminal se le da la responsabilidad de golpear, disparar e insultar a su propio hermano, prójimo si se quiere? ¿Cómo podríamos caracterizar ésta patología moderna, esta emprendedora forma de controlar, de reprimir hasta el hartazgo exclusivo y fetiche una forma de expresión? No llego a entenderlo.
Todo comenzó como jugando, jugando a la democracia que nuestro país nunca nos enseño a construir a golpe de caudillismo, dictadura e improvisación. Organizándonos, gregándonos sobre ese reducido espacio llamado comedor, comedor universitario. Seguramente no será ya el mismo, pues en adelante se forjará de espíritus de lucha, de seres animadamente combativos. Empezaron las asambleas, las decisiones, la ardua tarea de asumir responsabilidades, empezaron también las críticas y con ellas la construcción de un movimiento que decidió enfrentarse al bastión tecno-burocrático, con sus únicas armas: las ideas, la organización y la ilusión de cambiar las cosas.

La mañana del 16 de mayo, la UNCP amaneció valiente, con un camino trazado: el incremento presupuestal y la lucha contra la tecno-corrupción. Asistidos por la voluntad y fortaleza que caracteriza al joven universitario de la región centro, se decidió no claudicar hasta conseguir la aceptación de eso que se llama pliego de reclamos, esa lista de pedidos impedibles, esa conspiración “falsa” de actitudes ideológicas manipuladas por entes “extra-universitarios”, nada más falso para la gran oligarquía de reyes y marqueses, casi dueños de las decisiones. De esa manera y subordinándose a la estupidez nacional de la lucha subversiva, de ley anti-movilización, de delito contra la maldita propiedad pública, decidieron que era mejor algo más a lo peruano, algo más “light” que no jugara tanto con los cargos de los altísimos funcionarios, dueños del poder patrimonial: la declaración delictiva del accionar de los estudiantes. Así, y no de otra manera, la amenaza se diluyó por la prensa, esa rastrera incógnita de responsabilidades impersonales altamente tele-comunicativas que dijo y desjido lo que le venía en gana. No todos claro. Una semana que se prolongó con el atardecer de rostros cansados, con la vigilia y el sueño entrampándose dialécticamente. Pero con la esperanza y felicidad de una comunidad que aprendía a federarse, a hacerse autónoma, dueña de sus vidas y decisiones. Otra vez la asamblea tenía la razón, no habría porque detenerse, si el rector no quería hablar, sino quería ver, sino quería sentir... Claro no fue solo el rector, fue también la indiferencia de los demás -para variar- fue la traición de otros que, coludidos con su egoísta esperanza banal de ser algo en la vida nos llamaron: “revoltosos”, “violentistas”, “vagos,” “terroristas”, etc. Entonces la solidaridad empezó a presentarse en forma de viáticos, de saludos y esperanzas que el pueblo nos regalaba o mejor dicho nos prestaba porque prometimos ayudarlo y defenderlo también algún día. Creo que no era una lucha intelectual, lo dije abiertamente, era una hermosa conspiración que reclamaba sus derechos armónicamente.

La segunda semana de lucha tuvo nuevos elementos que había que tomar en cuenta, el debilitamiento político interno, el cansancio extremo, la intransigencia de las autoridades, también, y hay que decirlo, la intransigencia de los dirigentes. A esto se sumaba la creación de mitos y especulaciones insensatas, las agendas autoritarias de los dueños de la UNCP y desde luego la gran noticia de la intervención militar -¡Cuánto daría porque algún día exista la intervención cívica!- a pesar del repudio de la población, de padres y madres de familia, de autoridades de otras instituciones, de los estudiantes no comensales, de la gente de a pie que vió en la lucha justicia. El gran ciudadano hecho rector decidió lavarse las manos y entregarnos a merced del sector más eficiente del Perú moderno: la policía. De esta forma la lucha tenía que cambiar, se dieron los errores, los que no supimos contrarrestar más que con nuestras esperanzas de conseguir, a pesar de nuestra suerte, los legítimos pedidos. Nadie puede alargar una lucha sin tomar en cuenta la capacidad destructiva de los militares y más cuando la memoria histórica nos recuerda a muertos y desaparecidos en la dictadura. Y como era de esperar nos botaron, de nuestra propia universidad. ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo creen? Con bombas, con balas, con insultos. Una horda marginal de seres que acaso no supieron decir: “no voy a obedecer esa orden, porque siento y pienso”, pero no, como siempre se burlaron del pensamiento y con ello de la función de la universidad…
Así se organizó la resistencia, esta carta es una muestra de ello. Para que se enteren, para que entiendan que no era mucho lo que pedíamos. Esta carta escrita a puertas del infierno, contiene el sentir de nuestros compañeros heridos, arrestados y perseguidos. No es momento de la indiferencia, tampoco del sigilo o el sollozo… Es el momento histórico de la unidad, de la dignidad y la solidaridad. Nuestra universidad nos quiere unidos y fuertes con ganas de estudiar. Pero no lo haremos, si los verdugos acechan nuestra formación, no lo haremos hasta que los irresponsables paguen por el delito mayor: el dejarnos solos (cuantitativamente 3000 vs 300) eso en todo el mundo socialista o capitalista se llama traición. Mientras los funcionarios celebran esta noche con grandes comidas, nuestros hermanos lo harán en las cárceles con frio y sed.

Por ello, y si me dan permiso, quiero que todas y todos nos unamos. Para seguir con la liberación de nuestros compañeros, para concentrarnos y abrazarnos para demostrarle a este hostil aparato estatal que a pesar que nos venzan sus armas, a pesar que nos privaticen la educación y nos militaricen la universidad, quedará en nosotros, los hijos del pueblo: la solidaridad universitaria, eso no se desaloja, eso no se daña, no se mata. Digámoslo de una vez por todas: No queremos más armas, más policías, más insultos, tampoco más indiferentes, ni neutralones. Queremos una educación humanista construida en base a nuestras necesidades y no las que solo le importen al gobierno.

PD: No descansaremos hasta que el rector se largue de nuestra universidad.

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